Me encantan las rutinas, pero las rutinas buenas, las que te hacen sonreír. Y últimamente estoy adquiriendo una que me da mucho gusto. Y he tenido la suerte de que sea en lunes y me alegre la semana.
Resulta que los lunes empiezo a las 9 en la uni y no tengo coche, así que tengo que caminar. Me pongos los cascos en modo aleatorio (hoy he empezado con Space Oddity). Cruzo mi barrio y me voy fijando en como los niños van al cole: unos corriendo, otros bostezando muertos de sueño, otros llorando. Y miro a sus mayores: padres en traje (me encantan), madres agobiadas, jubilados jóvenes, abuelos apurados... Y me imagino cosas que pensarán, problemas que tendrán y yo, envuelta en mi mundo, me siento tan segura que no me puede pasar nada malo.
Sigo el camino y entro en el parque del Carmen pasando bajo los tilos y me acuerdo de la Avenida Unter den Linden de Berlín y pienso en el viaje de estudios y en que este año también iré, y respiro hondo, pero poco tiempo. Y me siento la mujer más afortunada del mundo porque, ahora que no fumo, huelo también la hierba y hoy que llovía, la tierra mojada.

Y voy llegando a mi parte favorita en la que conozco a todo el mundo: a Fer, Anouska y sus tres pequeñuelos que van al cole; a Mari Luz, la pediatra de Espartero; a Simón que siempre me llama por mi nombre artístico María Lorelai y me pregunta que si voy a ir al Sáhara a ver a Nayla y que él también quiere venir, y sólo tiene 6 añitos.... A otros rostros conocidos que no me se el nombre pero yo sonrío y la gente me sonríe y pensarán que soy una flipada de la vida, pero me da igual.
Y paso por la puerta de mi instituto pero no paro, sigo, y paso por otro cole, duquesa de la victoria, y otros niños con sus mayores me hacen sonreír. Atravieso el parque de las chiribitas y me acuerdo de Iván Varas, el macarra de mi época.Y para cuando me quiero dar cuenta estoy atravesando me encuentro con el corazón de acero:
Y siempre pienso en cuánto de acero hay en mi corazón y qué debería de cambiar para eliminarlo, pero como a estas alturas estoy tan emocionada, nunca tomo ninguna decisión aunque me gusta hacer esa mini reflexión.
Cruzo la calle, llego a Padre Claret y me encuentro con un lugar que en mi mente se llama el tunel encantado, y cada día me sorprende que esté ahí. Es un lugar raro, que no le encuetro el sentido pero que me gusta mucho. Es un camino corto, con bancos y una fuente. Tiene unos jardines a los lados con rosales, ahora quedan pocas pero sigue habiendo unas rosas rojas preciosas y que huelen muy bien. Y lo que más me gusta del tunel es que tiene varios arcos pequeñitos pero que me recuerdan al arco de San Bernabé, y según voy pasando por ahí me voy como purificando.
Tras atravesar el tunel giro y llego a la calle Nuestra Señora del Pilar, adoro esta mini calle, y en una de las casas baratas vive Eduardo el manco, y lo veo casi todos los lunes. Es un hombre que siempre me ha hecho reír, mi padre lo adora, él adora a mi padre, a ambos les encanta mi madre y a mi me matan de la risa sus anécdotas legendarias. Y lo veo ahí en su casita, leyendo el periódico a la fresca y me da un buen rollo quepaqué.
Y de frente me encuentro con el solar del hospital San Millán y pienso en la de cienes de veces que he ido allí y se me agolpan los recuerdos en la mente e intento recordar cómo era la cuesta de la entrada. Y ya empiezo a encontrarme con mis compañeras de clase. Todas tan jóvenes, tan guapas, tan dormiditas, con tantas cosas que contar del fin de semana... Y entro a clase feliz, y es cada día estoy más contenta de haber vuelto a la universidad.